La realeza de María

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"Coronación de la Virgen", Antonio del Castillo (1651)

La Virgen María Reina ha sido una de las advocaciones marianas que más ha triunfado en la devoción popular a través del tiempo, cristalizándose en numerosas manifestaciones artísticas que testimonian esta consideración, teniendo en cuenta además que ya los primeros cristianos comenzaron a venerar a la Virgen Reina por su consideración de madre de Cristo Rey. En este sentido, para encontrar los primeros indicios teológicos sobre la otorgación del título de la realeza de la Virgen María, debemos remontarnos al siglo V d.C, proclamándose a la Santísima Virgen como “Madre de Dios”, siendo en el año 431 cuando se define dogmáticamente en el Concilio de Éfeso.

En lo referente a su título, María es Madre de Dios porque Jesús es Dios por su naturaleza divina y hombre por su naturaleza humana tomada de María. Por ello en el Ángelus se reza “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, entendiendo que la palabra o verbo eterno es Cristo. Sin embargo, la razón sobre la que se fundamenta el título de su realeza reside en tres características esenciales: por su condición de ser madre del Mesías, fundamento principal de todos cuantos lo forman; por ser corredentora, ya que es partícipe en la obra de la salvación de su Hijo, siendo la sierva del Señor, sometida a toda su voluntad y manteniéndose fiel hasta el final de la cruz; y finalmente, por ser el miembro excelentísimo de la Iglesia, debida a su misión y santidad, que es única, pues sólo Ella es madre del Salvador.

Por ello, a María se le atribuye el título de Reina, y, por ende, es coronada, elemento característico de las iconografías marianas. Si bien es cierto que el tema de la Coronación de la Virgen, que hunde sus raíces en el mundo medieval, carece tanto de alusión directa en las Sagradas Escrituras como de argumentación dogmática. A pesar de ello, a lo largo de la historia diferentes papas han aceptado y defendido la realeza de la Virgen, como así lo manifiesta el propio Pio XII en 1954 en su encíclica “Ad Coeli Reginam”, donde declaró que María era Reina y Señora de todo lo creado.

Todo ello tuvo y sigue teniendo su traducción en el panorama artístico, motivando a numerosos artistas a desarrollar toda una iconografía donde se enriquecía el tema de la Asunción con el acto de Coronación propiamente dicho, reforzando de esta manera la condición de María como Reina. Debemos tener en consideración que ya en el mundo bizantino encontramos representaciones de la Virgen Reina (fig. 1), sentando las bases de la iconografía medieval, ya que por entonces se comenzó como comentábamos a dignificar la figura de María como Reina por ser la madre de Cristo, sin adoptar una advocación especial hasta ya entrado el siglo XII, cuando el tema de la Coronación de la Virgen se extiende por Europa.

Fig: 1: Detalle de un mosaico bizantino donde se representa a la Virgen entronizada en la fachada de Santa Maria in Trastevere, Roma (Italia).

En esta línea, resulta imprescindible señalar que uno de los textos que utilizaron los artistas para la iconografía de sus obras fue “La Leyenda Dorada”, escrita por el obispo de Génova en el siglo XIII, referente al tema de la Coronación de la Virgen como Reina y Señora de todo lo creado, sirviéndose de un libro apócrifo atribuido a San Juan Evangelista, ya que como hemos citado anteriormente, dicho tema carece de todo fundamento dogmático. Ello sirvió de fuente de inspiración para numerosos artistas, desarrollándose como consecuencia en toda la Europa medieval un gran número de obras representando la Coronación, siendo una de las manifestaciones más antiguas de la Virgen como Reina la que aparece en la catedral francesa de Senlis, fechada a finales de esta centuria.

A partir de este momento este tema se extendió por toda Europa, sobre todo en Francia y España, encontrando la representación del mismo en la Catedral de León, en el siglo XIV en Burgos o Reims, donde María aparece coronada por Cristo, iconografía que tornaría en el siglo XV hacia el modelo de la Coronación de la Virgen a partir de ahora por la Santísima Trinidad.  En esta línea es fundamental entender el papel que ejerce el Concilio de Trento como principal potenciador de la figura de la Virgen como intercesora de los hombres ante Dios, en un contexto marcado por la profunda confrontación con los protestantes que defendían la salvación sin mediación de nadie. Por tanto, resulta esencial comprender que el arte de la Contrarreforma jugó un papel importante en la recuperación de la imagen de la Virgen, reforzándola frente a los ataques antimarianos, originando toda una eclosión de estampas devocionales y ciclos de pintura partiendo de las directrices emanadas de dicho concilio.

Fig. 2: «Coronación de la Virgen», Diego Velázquez, (1641-1644)

En síntesis, destacamos cómo desde el siglo XIII al XVIII, con la eclosión de la imaginería devocional mariana, el arte se convierte en una herramienta primordial para poner de manifiesto la Coronación de la Virgen, como así lo reflejan las obras que perduran desde el románico y gótico medieval, pasando por el renacimiento hasta llegar al barroco. Así, figuras tan trascendentales en la historia del arte como Giotto, Fra Angelico, Botticelli, Rafael, Rubens, Velázquez (fig. 2), o en el caso de Córdoba el insigne pintor Antonio del Castillo, entre otros, realizarían algunas de las coronaciones más insignes.

Precisamente a partir del siglo XVI resulta fundamental destacar las estampas de Durero (fig. 3) o las de Jan Sadeler, concibiéndose como fuentes de este motivo a partir de este momento, permitiendo su circulación la rápida difusión de este modelo iconográfico. A este respecto, para comprender la iconografía de todas estas obras, esencialmente a partir de finales del XVI y principios del siglo XVII, podemos estudiar las acepciones que como Reina recogen las letanías del rosario, vislumbrando cómo todas ellas poseen una base bíblica, lo que facilitaba a los artistas su realización y a los devotos su identificación.

Fig. 3: «La Asunción y Coronación de la Virgen», Durero (1510)

Asimismo, a partir del siglo XVI, momento en que se inició la costumbre de coronar las imágenes de la Virgen, y durante los siglos XVII y XVIII, perdurando en la actualidad, a la Virgen María se empezó a representar con vestido y corona de Reina, siendo en este caso los grandes monarcas y nobles los que regalaban sus mantos y ropas a las imágenes. De esta manera, la realeza de María se comenzó a simbolizar en las imágenes marianas con la corona de doce estrellas aludiendo a las doce tribus de Israel, incidiendo en la concepción de María como Reina del Cielo. Junto a ello, comenzaron a vestirse con amplias sayas, sobremangas, etc. sentando las bases para los modelos de los siglos XVII y XVIII, a la usanza de las formas femeninas de la corte en un contexto de búsqueda del realismo en las imágenes religiosas que daría lugar a las grandes obras de imaginería de las escuelas del siglo XVII, viéndose enriquecidas con todo tipo de tocas.

Toda esta tradición perdura en el seno de nuestras cofradías a la hora de vestir a nuestras imágenes, como lo refleja Nuestra Señora de la Piedad, ofreciendo la imagen de Virgen coronada y enjoyada como así se exalta en el salmo 44: “De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir” (fig. 4). Todo el ajuar dota de sentido a esa magnificencia que muestra María coronada en el cielo, recogiendo como comentábamos esa influencia que desde el barroco ha nutrido a las hermandades en el arte de vestir a sus titulares. Así, dentro de los ajuares de las Vírgenes constituye una pieza singular el puñal, cristalizando esa fidelidad de amor a Cristo, dando sentido a su papel como sierva de Dios, compartiendo el dolor de su Hijo, como ya lo profetizara Simeón, siendo uno de los pilares que justifican la realeza de María, como ya se recoge en Apocalipsis (2,10): “Se fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de vida”.

Fig 6: «Visión apocalíptica» donde se ve el aro de estrellas, Juan de Jáuregui (finales siglo XVI-principios siglo XVII)

Si bien es interesante señalar que esta imagen de Reina que tanto arraigo tuvo a lo largo de la historia del arte se altera con la llegada de la Cuaresma a la hora de vestir a las imágenes marianas, al mostrarse con la corona de estrellas. Ello tiene su justificación en la visión apocalíptica de San Juan en la isla de Patmos, reflejándose en una de las fuentes iconográficas esenciales de este tema como es la estampa flamenca del siglo XVI realiza por Jan Sadeler (fig. 5), que tanta repercusión tuvo en el panorama artístico. La influencia de la estampa por tanto es crucial para entender la iconografía de las obras de arte centradas en este tema. En él se recoge el momento en el que San Juan contempla a una “mujer envuelta en sol, con luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas” (fig. 6).

A pesar de que sigue siendo objeto de múltiples interpretaciones, se apunta a que dicha mujer haría referencia a la Virgen. Esta controversia se explica puesto que si atendemos al pasaje donde se apunta a que dicha mujer “estando en cinta, gritaba con los dolores de parto y ansias de parir” (Juan 12,2), se contrapone a la tradición del parto virginal de María, si bien como apuntan diversos teólogos este dolor puede ser entendido en el contexto de la compasión de María.

Fig. 7: Nuestra Señora de la Piedad vestida de hebrea, Juan Martínez Cerrillo (1957-1958) (Foto: Andrés Fresno)

Por tanto, en este contexto mariano de la visión apocalíptica de San Juan es donde se sienta la base de la iconografía de la Virgen hebrea (fig. 7), portando la corona de estrellas, entre otros atributos, (ya que se prescinde de la luna de cascabel, o las alas (sobre todo en el ámbito americano) si atendemos a la iconografía inmaculista cuya fuente se encuentra en este pasaje también).

En definitiva, la Coronación de María ha mostrado una trayectoria sustancial a lo largo de toda la historia del arte, fruto no sólo del interés de los artistas por desarrollar este ciclo iconográfico, sino también de la devoción popular que profesa el pueblo a María, madre de Cristo, quien recibe de su Hijo la faceta de ser Reina Soberana y fuente de Piedad para los cristianos.

N.H.D. Javier Espejo Ramírez 

Prioste segundo y estudiante del doble grado en Historia e Historia del Arte

N.H.D. Enrique Fresno Zamora

Estudiante del doble grado en Derecho y Administración de Empresas

Bibliografía:

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