La Asunción de María: Un misterio teológico y artístico

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PEDRO DUQUE CORNEJO, Asunción, Córdoba (1731-1733)

El calendario litúrgico se encuentra bañado a lo largo del año de toda una serie de festividades marianas que los cristianos celebran, como es el caso de la Asunción de María al cielo que conmemoramos cada 15 de agosto, nutrida de una historia y fundamentación teológica que la liturgia y el arte han ido forjando a lo largo de los siglos. A este respecto conviene señalar que el dogma de la Asunción, a pesar de que estuvo presente desde los primeros siglos del cristianismo, fue definido el 1 de noviembre de 1950 por el papa Pío XII, recogiéndose en la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus”.

Ciertamente, a diferencia de otros dogmas, el misterio de la Asunción contenía la dificultad, a la hora de materializar el documento definitorio del mismo, de carecer de pasajes explícitos, de la Escritura y de los Padres de la Iglesia en torno a dicho misterio, generando un contexto cargado de incógnitas a nivel teológico que supuso uno de los grandes debates en la historia de la Iglesia. Sin embargo, Pío XII recurrió a una argumentacin teológica que afirmaba la glorificación corporal de la Virgen María.

Así, el fundamento teológico del misterio de la Asunción fue esencialmente cristológico, estando constituido por los textos bíblicos que hacían especial referencia a la vinculación de María en la obra redentora de su Hijo, que ya se encontraba documentada en los textos de algunos Padres del siglo II d.C. Ello justificó la capacidad del propio Papa de definir este dogma tomando en consideración la tradición escrita gestada por los Padres de la Iglesia. De manera que el sustento conceptual de dicho misterio se hallaba precisamente en la afirmación de que María tenía una vinculación estrecha con la obra de Cristo, y su triunfo sobre el demonio, aparte de ser Inmaculada Concepción y de virginidad perpetua, no podría considerarse completo sin su glorificación corporal, como bien aparecía recogido en la constitución apostólica de Pío XII, afirmando que la Inmaculada Madre de Dios, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, condición evidenciable a raíz de los postulados expuestos con anterioridad.

Sin embargo, algunos autores consideraron que la Asunción también tendría un fundamento bíblico en la descripción del Apocalipsis, aludiendo a una mujer en el cielo vestida de sol con una corona de doce estrellas, considerando que esa mujer hacía referencia a María, presente en el cielo, aunque ciertamente dicho pasaje fue objeto de cierta controversia a la hora de interpretarlo fruto del lenguaje simbólico que tiene, y algunos teólogos se opusieron a esta consideración simplista para justificar la Asunción de María. Por lo que, aglutinando todo lo articulado en los párrafos anteriores, podemos ser conscientes de la dificultad que supuso proceder a la definición de este misterio para su posterior proclamación como dogma, resultando vital los escritos de los Padres de la Iglesia para fundamentar la asunción de la Virgen debido a la inexistencia de pasajes bíblicos referidos a esta cuestión.

FIG. 1. GREGORIO DE FERRARI, La Asunción de la Virgen (2º mitad del XVII)

Esto entronca precisamente con la importancia que adquirió la literatura apócrifa que fue, junto con la liturgia y el arte, los que proyectaron el misterio de la Asunción en el devenir de los siglos debido a la imposibilidad de buscar las raíces del mismo en las Sagradas Escrituras. En este sentido, si analizamos las raíces históricas de dicha festividad, conviene matizar que el misterio litúrgico e iconográfico de la Asunción de la Virgen al cielo se basó en una cierta tradición oral fruto de la piedad popular que se resistía a admitir la muerte de la Virgen y en algunos escritos apócrifos, así como en muchos sermones e interpretaciones de varios Padres y Doctores de la Iglesia. Así, comenzó a alcanzar una notable trascendencia a partir de finales del siglo II d.C, puesto que con anterioridad las afirmaciones sobre la glorificación corporal de María eran inexistentes (FIG. 1).

 

Por este motivo, fue a partir de este momento cuando en el seno de la Iglesia comenzó a suscitar cierto interés la muerte de la Virgen, recogiéndose todo ello a través de la tradición oral como mencionábamos, que posteriormente se materializaría en los Apócrifos. A este respecto a finales del siglo IV d.C es cuando los historiadores sitúan los relatos apócrifos más antiguos sobre el tránsito de María, concebidas como narraciones populares que afirmaban la resurrección del cuerpo de la Virgen, constituyéndose una creencia constante del pueblo cristiano documentada tal y como hacíamos referencia desde este siglo.

FIG. 2. FRA ANGELICO, Tarbenáculo relicario (1430)

A partir de ese momento el misterio de la Asunción de María comenzó a convertirse en una de las fiestas más relevantes, celebrándose incluso ya desde el punto de vista litúrgico en Jerusalén en el siglo VI d.C cuando alcanzó un arraigo esencial, y hacia el siglo VII d.C en Constantinopla respectivamente, recibiendo la denominación de la fiesta de la “Dormición”. En este mismo contexto dicha fiesta se introdujo en Roma, donde adquirió la denominación de la fiesta de la “Asunción”, difundiéndose posteriormente durante el siglo VIII y IX d.C por todo Occidente, del que el arte se haría eco (FIG. 2). Este hecho justifica precisamente, como se cristaliza a su vez en el plano artístico, que en la Iglesia occidental tomase trascendencia la fiesta y el tema iconográfico de la Asunción o Tránsito de la Virgen, en contraposición a la Iglesia oriental, donde se le denomina la Dormición.

 

A este respecto, el tema de la Asunción comenzó a adquirir una gran devoción por parte de la Iglesia. Tanto es así que, llegados al siglo XVII, el propio rey francés Luis XIII consagró su reino a la Santísima Virgen bajo el misterio de su Asunción, declarándola patrona y protectora, mandando que el 15 de agosto, motivo por el que se celebra anualmente ese día, de cada año se celebrase su fiesta, proyectándose este mismo hecho a numerosas naciones del panorama occidental fundamentalmente, incluida España.

Asimismo, un aspecto interesante radica en que, a nivel teológico, el gran impulso de la doctrina de la Asunción lo recibió de los estudios suscitados con ocasión de la proclamación de la Inmaculada Concepción por el beato Pío IX, inaugurando la llamada “Mariología científica moderna”, mostrando una auténtica conexión entre el misterio de la Inmaculada y el de su Asunción corporal a los cielos. De hecho, fue alrededor de mediados del siglo XIX, concretamente en 1854, año de definición inmaculista, cuando se manifestó con fuerza el movimiento asuncionista, mostrando una simbiosis entre ambos temas que en muchas ocasiones generaría cierta confusión desde la óptica de la representación iconográfica de los mismos como haremos alusión.

De hecho, Isabel II en este contexto solicitó oficialmente al Papa la definición del dogma de la Asunción, petición que sería renovada, tras la restauración de la monarquía, por la reina regente María Cristina y más tarde por Alfonso XIII, hasta llegar a 1950 cuando se proclamó definitivamente. Por tanto, la élite socio-política encarnada en la figura del monarca potenció aún más la importancia del misterio de la Asunción, motivo incluso que justificó la eclosión a partir de entonces de numerosas hermandades erigidas en torno a la Asunción de la Virgen María, aunque, atendiendo al caso español, ya desde el siglo XIII se documenta en algunos territorios de la Península Ibérica la devoción a dicho misterio como consecuencia de la Reconquista cristiana, sobre todo en el sur. Pero la eclosión fundamental como hacíamos referencia sin duda se produce a partir del siglo XVIII, y más concretamente en el siglo XIX.

También otro factor determinante en este aspecto fue la relevancia que comenzó a ir adquiriendo la teología asuncionista gracias a las encíclicas marianas de los Papas y los Congresos Mariológicos que irrumpían en el escenario eclesiástico del momento, forjando la devoción de la Asunción de la Virgen hasta su proclamación como dogma. Si bien es cierto que el arte también se convirtió en un instrumento vital para impulsar este tema devocional e iconográfico, desarrollando un papel esencial que también contribuyó al desarrollo de la teología asuncionista, cristalizando de esta manera el poder que tanto la liturgia como el arte poseían implícitamente.

En este sentido, la manifestación plástica más extendida de este tema mariano representa iconográficamente a la Virgen subiendo al cielo, acompañada de ángeles que la empujan al cielo y con varios atributos muchos de los cuales proceden de la iconografía inmaculista como la luna, la corona de doce estrellas o incluso la serpiente. Esto dio lugar a problemas de identificación entre ambas iconografías ya que se fundieron en muchos casos, dando lugar a la interpretación de las primeras imágenes asuncionistas como inmaculistas.

Por este motivo, el tema de la Asunción comenzó a representarse con atributos iconográficos propios como el cinturón, como recuerdo que la Virgen dejó a Santo Tomás a petición de éste, y la palma, haciendo alusión a la que el ángel le dio a María cuando fue a anunciarle su muerte. Junto a ello, y desde finales de la Edad Media, con el fin de distinguir ambos temas, se recurrió a la representación de los ojos de la Inmaculada dirigidos hacia la tierra, en la mayoría de los casos puesto que hay excepciones, al tiempo que la Asunción los tenía elevados al cielo, con los brazos extendidos y sobre todo, a partir del siglo XVI, los ángeles comenzarían a representarse formando el cortejo, a diferencia de la iconografía inmaculista. Esto provocó el nacimiento de la iconografía propia de las imágenes asuncionistas, a pesar de que en muchos casos posean una composición visual similar como reflejan, por ejemplo, los casos de Murillo y Juan Carreño de Miranda, coetáneos en el tiempo, pero que reflejan esa diferencia iconográfica (FIG. 3 y FIG. 4).

Aunque no sólo se produjo esa fusión a nivel iconográfico, sino también como núcleo dogmático entre el tema de la Asunción y la Dormición de la Virgen, como recibía la denominación en la Iglesia occidental y oriental respectivamente, aunque dicho misterio comenzó a adquirir una fuerte devoción en distintas imágenes y expresiones devocionales en que se concretó la devoción de la sociedad medieval a la Madre de Dios.

Resulta esencial comprender, como apuntábamos, que la Edad Media fue el contexto en el que eclosionó precisamente la iconografía asuncionista, expresándose ya incluso en el arte bizantino desde el siglo XI y extendiéndose en Europa posteriormente desde el siglo XII, llegando a España en pleno siglo XIII, asociando el triunfo de la Virgen al de Jesucristo a través de la Muerte, la Asunción y la Coronación de María. A colación de ello, el mundo bizantino se constituyó como el verdadero creador de la iconografía de este tema, conociéndose ya las primeras representaciones del mismo mediante la denominada serie de representaciones de la “Koimesis” (FIG.5), alrededor de finales del siglo X y principios del XI, extendiéndose por todos los territorios bajo la influencia político-cultural de Bizancio.

FIG. 6. ANÓNIMO, Nuestra Señora del Tránsito, Córdoba (Siglo XVIII)

Así, para designar la muerte de la Virgen, los bizantinos hablaban de la “Dormición” o “Koimesis” como comentábamos, que significaba “dormir en el Señor”, mientras que, en Occidente, a partir del siglo XII, se empleó el término “Tránsito” para designar que la muerte de la Virgen no era real, sino el paso a la vida eterna. Este hecho justifica que la mayoría de las advocaciones que nutren el panorama artístico occidental, y más concretamente en España, reciban el nombre de “Virgen de la Asunción” o “Virgen del Tránsito” (FIG. 6) por esta razón, hallando también diferencias notables en lo que respecta a la iconografía de éstas.

La Iglesia occidental, aunque tomó el esquema iconográfico de la “Dormición” marcado por Oriente en el que se representaba a la Virgen dormida como bien reflejan esa serie de “koimesis”, lo modificó, representando a la Asunción como tema independiente. Ciertamente en algunas representaciones altomedievales se representaba la Ascensión de la Virgen, comenzando a ser representadas en cuerpo entero rodeada de ángeles que la elevan al cielo y envuelva en un gran resplandor. Si bien a partir del período renacentista, sin llegar a perder la anterior fórmula iconográfica como hacíamos referencia, surgió una nueva variante de este tema en la que los ángeles, aunque presentes, no formaban parte activa de la representación, ya que en realidad la Virgen sube por sí misma al cielo, condicionando la representación de muchas de las tallas escultóricas realizadas sobre este misterio a partir del siglo XVI fundamentalmente (FIG. 7 y FIG. 8).

Por este motivo, aglutinando todo lo expuesto, se es consciente de la trascendencia que este misterio de la Asunción adquiere desde la perspectiva teológica, histórica y artística, configurando una iconografía que baña muchas de las tallas devocionales, obras pictóricas, etc. de nuestro panorama artístico, y con unas raíces históricas fundamentales para comprender la fe que el pueblo profesa a la Madre de Dios; un misterio, el de la Asunción, que con gran arraigo es celebrado cada mes de Agosto y que evidencia la naturaleza mariana que caracteriza nuestra propia Iglesia, así como gran parte de las hermandades y cofradías.

N.H.D. Francisco Javier Espejo Ramírez 

Mayordomo y estudiante del doble grado en Historia e Historia del Arte

BIBLIOGRAFÍA

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WEBGRAFÍA