El hábito penitencial

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Es bien sabido, que dependiendo de la zona geográfica donde nos encontremos, la religiosidad popular experimenta cambios muy significativos. En nuestra Andalucía tenemos una forma propia de vivir la Semana Mayor, donde celebramos la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Nuestra idiosincrasia, el clima y otros factores culturales, hacen que ésta, se viva de forma diferente a otras zonas de España.

Pero debemos comenzar recordando una definición de Hermandad y Cofradía, aunque existen matices diferenciadores entre ambas. Aun existiendo muchas acepciones de éstas, podemos afirmar que son asociaciones voluntarias de carácter principalmente laico, movidas por una finalidad religiosa y sujeta por tanto al Derecho Canónico. Aunque estas asociaciones cumplen una amplia gama de funciones, son tres los pilares fundamentales sobre los que deben asentarse: caridad, formación de sus miembros y el culto a sus titulares. (Tenemos que resaltar aquí que las Hermandades y Cofradías realizan tanto cultos públicos como privados). Por tanto, la salida procesional, es uno de los actos de culto más importantes de nuestras cofradías. Como miembros de la Iglesia debemos aceptar sus mandatos y como hacemos público cada domingo rezando el Credo, “reconocemos un solo bautismo para el perdón de los pecados”, el sacramento de la confesión, viendo en cada estación de penitencia una oportunidad única para haciendo penitencia personal, encontrar momentos de oración y acercamiento a Dios además de dar pública protestación de nuestra fe.

Cuando salimos a la calle acompañando a nuestras Titulares, uno de los elementos que más llama la atención de los cortejos procesionales, es el atuendo de sus integrantes, la túnica de nazareno, que ha ido cambiando a lo largo del tiempo, adaptándose a diferentes modas y mentalidades. Se conoce con el gentilicio de nazarenos a todos los penitentes que forman parte de la estación de penitencia, debido a que es la Hermandad de Jesús Nazareno de Sevilla, conocida como la del Silencio, la primera que adapta la túnica con reminiscencias medievales que se usaba anteriormente al estilo actual. Estilo éste que se exportará a otras muchas localidades.

Vestir la túnica de nazareno se envuelve de un rico ceremonial cargado de simbología y cada uno de los elementos que la componen tiene su propio significado. El hábito de nazareno tal y como lo entendemos hoy día, tiene sus orígenes en la época medieval. El primer elemento que vamos a analizar es el capirote. Este cono de cartón que sirve de sustento al antifaz, era empleado por la Inquisición para que aquellas personas que tenían que cumplir penitencia, sufrieran además de una mortificación física, la vergüenza pública al ser reconocido por todos como pecadores, llevándolo por las calles y plazas que tenía que recorrer, siendo este capirote de gran tamaño y muy vistoso. También se daba a conocer el pecado que la persona había cometido, a través de un trozo de tela en el que iba escrito y que le colgaba por el pecho y la espalda, llamado sambenito. De esta prenda, proviene el actual escapulario que forma parte de muchas indumentarias, hoy día, más por semejanza con los hábitos monástico que por su significado penitencial. En la antigüedad servían para colocar sobre ellos el escudo de la corporación, función que hoy cumple el cubrerrostro en las túnicas de cola, sobre la capa a la altura de los hombros en las túnicas llamadas de capa, o en ambos, como es el caso de nuestro hábito.

Otro elemento es el cinturón o fajín de esparto, usado en muchas partes de España para realizar penitencia provocando sufrimiento físico, formado por gruesas cintas o cuerdas de cáñamo o esparto unidas y anudadas a la cintura apretándola moderadamente, vestigio de aquellos hermanos disciplinantes que formaban parte de los cortejos, que con su espalda descubierta se infligían dolor corporal azotándose con flagelos o látigos. Estas cuerdas cubrían el torso al completo e iban anudadas al cuello. Esta indumentaria iba acompañada de pelucas también de cáñamo y coronas de espinas. La práctica de la disciplina o auto flagelación la introduce en España San Vicente Ferrer (1411-1412), defendiendo la mortificación corporal como vía de acceso a Dios. Posteriormente esta misma práctica fue suprimida en 1777 por una orden real de Carlos III, que prohibía además realizar estación de penitencia de noche y con el rostro cubierto.

Algunas cofradías eligieron en esta época para acompañar a sus Titulares, una nueva variante, “el traje de serio” formado por traje de chaqueta y corbata negros que, aunque encajando bien en el acto que se realizaba, no terminó de encajar, entre otras causas por la aparición de la figura del llamado “farsante”, que por falso pudor se flagelaba vistiendo túnica completa que iba acolchada por dentro, o porque los más ricos hacían azotar a sus siervos en su lugar.

La prenda fundamental de la indumentaria penitencial es la túnica, no siendo ésta más que una sota- na que viste al nazareno, al igual que las que llevó Nuestro Señor Jesucristo. Debemos aclarar en este punto, que si bien la túnica es solo un elemento más del hábito del penitente, entendemos por ésta en un sentido más amplio al conjunto de todos los elementos que lo forman (sotana, cubrerrostro, capa y cíngulo). La túnica originariamente estaba realizada con telas de modesta calidad y bajo coste, acentuando así el carácter ascético del ejercicio que se realizaba.

Eran principalmente de tres colores: la gran mayoría negra, blanca y morada. También hacían a todas las personas iguales por unas horas al año, sin importar su condición social o económica. En un principio eran cortas, no llegaban a cubrir más allá de las rodillas. Las túnicas tenían una prolongación de tela por su parte posterior conocida por cola, (que simbolizaban nuestros pecados) que se llevaba recogida del brazo y que en momentos concretos del recorrido se dejaba caer al suelo acentuando así el carácter penitencial y de duelo. Posteriormente por motivos más prácticos se anudará o introducirá por dentro del esparto. También se le daba utilidad como tela empleada para amortajar a los difuntos, siendo enterrado éste con su hábito nazareno. Práctica que se ha seguido utilizando por muchas personas hasta nuestros días.

El cubrerrostro cumple la función de mantener el anonimato. Los nazarenos solían realizar su penitencia descalzos, y posteriormente comienzan a usar alpargatas. El atuendo del nazareno no sufre grandes modificaciones, hasta que en 1888 un bordador y dibujante sevillano, Juan Manuel Rodríguez Ojeda, diseña una revolucionaria túnica para la Hermandad de la Macarena. Mientras que los nazarenos de altos capirotes con sus túnicas de cola enlutadas, ceñido fajín de esparto y pies descalzos, hacen hincapié en los momentos más trágicos y fúnebres de la Pasión dando una imagen hierática, este nuevo diseño de túnica enfatiza el carácter de Esperanza e incluso alegría que se anticipa con la Resurrección.

Los elementos de la túnica se van modificando; los altos capirotes se sustituyen por otros más pequeños, la tela de mala calidad pasa a ser de lana pura de oveja merina, cambiando sus colores por otros más vivos. La cola se sustituye por una novedosa capa con vuelo, la conocida como capa “juanmanuelina”, siendo  la principal aportación a este nuevo diseño de túnica. Este elemento da nombre a la actual túnica de capa. El cinturón de esparto cambia por un fajín y la soga de esparto que se anudaba al cuello es sustituida por cordones o cíngulos entrelazados. En la simbología tradicional los cordones significan unión, fraternidad y se harán con los colores propios de la hermandad. Las alpargatas cambiarán por zapatos a los que se le añaden hebillas dando un matiz de época romántica.

Si la túnica de cola se exportó a otras localidades, este vistoso y elegante modelo de túnica de capa ha sido exportado en mayor medida a muchísimos puntos de toda la geografía española. Dicho esto, sólo me queda animar a los lectores a que vistan si no lo hacen ya, la túnica de nazareno, para que vivan una experiencia única tras el cubrerrostro, donde a través del recogimiento y la oración íntima con Dios puedan aprovechar la oportunidad que nuestra cofradía nos brinda para crecer como cristianos, dando a su vez testimonio de fe.